Las fans de Raphael son una especie de guardia que cierra filas en torno al cantante. Esas mujeres -también hombres, por supuesto- representan un caso bien difícil en el mundo del espectáculo, de más de cincuenta años -los de la carrera de su ídolo-, que abarca la admiración y alcanza incluso la protección. No están nunca dispuestas a quedarse impasibles si alguien ataca a Raphael. Para ellas es más que su artista favorito, se diría que se trata de un familiar, de algo muy propio, de quien no van a consentir que sea ofendido. Ese proteccionismo llegó en los años sesenta hasta el punto de hacer declarar nada menos que a Pemán que Raphael no tenía cien mil novias, sino cien mil madres. No sabría uno ya si se trata de una corte de admiradoras o de una afición futbolística que defiende a capa y espada sus colores.
El fenómeno social de los fans en España empezó hace la tira de años con José Guardiola y el Dúo Dinámico; pero la aparición de Raphael en el panorama musical rompió los esquemas naturales conocidos hasta entonces, superando ampliamente el número de seguidores que solía tener un cantante. Maribel Andújar, la primera presidenta de sus clubes, supo hacerse con aquella situación y sacarle partido en pro de Raphael. Capitaneó, con sabia organización para los movimientos multitudinarios, los inicios de auténticas legiones de seguidoras: las que le hacían posible los masivos recibimientos en Barajas cada vez que el Niño de Linares (un apodo ocurrente de Paco Gordillo, su primer manager) regresaba del extranjero; las que vigilaban la puerta de su domicilio madrileño de la calle María de Molina; y, desde luego, las que llenaban y siguen llenando por más de cinco décadas los amplios aforos de los conciertos del cantante. Raphael les ha costado una pasta, diría que más de un sueldo, porque esas admiradoras, si Raphael se pasa, por ejemplo, diez días seguidos en un teatro, van los diez días; y si hay doble sesiones, no se pierden ninguna. Ya quisiéramos, no en otros cantantes, sino en muchos matrimonios, esa fidelidad.
Desde que uno de mis artículos sobre el artista fue llevado por ellas desde este periódico hasta la página web internacional del ídolo, mantenemos un contacto frecuente, con intercambios de correos que llevan entre nosotros un mutuo afecto cada vez mayor, sobre todo a partir de que a algunas de ellas me las presentó Marina Bernal, como se ve en una de las fotos.
Ahora se apresuran a comunicarme que Raphael vuelve a Sevilla para finales de octubre, en un concierto que acogerá el Palacio de Congresos y Exposiciones. Saben que estoy deseando llevar a mis hijas a verlo y no quieren que me quede sin entradas. Lo de que mis hijas vean en directo a Raphael (pues ya se las he presentado personalmente) es uno de los recuerdos que quiero dejarles sobre mí a través de uno de los artistas que más he admirado en este mundo. Sé que un día, cuando ni Raphael ni yo estemos ya, la prodigiosa voz del cantante seguirá sonando eterna, y para ellas será la evocación de no pocas de las emociones que tuvo su padre en esta vida.
Si no me comprenden otros, me comprenderán perfectamente las fans de Raphael. Y de todos modos, yo no creo que este resorte a modo de legado sea incomprensible. Quien más y quien menos siente lo mismo con el recuerdo de sus padres. Cuando yo escucho a Machín, su ternura trae invariablemente la imagen de mi madre, su juventud de fotos antiguas, los bailes que me contó en el Bilindo del Parque de María Luisa o en la Parrilla del Cristina, lugares donde solía cantar el inolvidable intérprete cubano.
Raphael está consolidado con bodas de oro en la música a base de ir a por todas cada vez que sale a un escenario con la misma ilusión y hambre del principiante que no es nadie. No es producto del marketing, sino de dejárselo todo ante el público una y otra vez. Es, como dijo Paco Umbral, el último artista hecho a mano que nos queda. Su carrera es pura superación continua, sin mirar atrás, sin dormirse en los laureles. Ahora, seguro, por tercera vez consecutiva en un mismo año en Sevilla, venderá por completo el papel, agotará las entradas. Con este imparable Raphael de casi setenta años no puede ni el IVA.