
La feria de la nostalgia
Vuelve en el carrusel de la vida la feria de cada año e inevitablemente te reubica en el tiempo y en tu pequeña historia. La edad es preferible contarla por ferias vividas, muy especialmente si tienes la fortuna de ser sevillano y disfrutar cada primavera del alma de nuestra ciudad, que en estos días feriados es la especialísima luz de alegría que se irradia desde el albero del real.
Bendito regalo esa luz de vida causa del peculiar alborozo que derrocha la urbe en feria, vivificando los colores que muestran tonalidades distintas a cualquier otra época del año, removiendo sensaciones y sentimientos arraigados en nosotros desde la infancia, y haciendo revivir los mejores recuerdos de las muchas edades por algunos ya vividas.
Todas las ferias de todos los años pasados confluyen en tu peculiar y personalísima feria, esa que te acompaña siempre y marca el paso de tu vida. La feria de Sevilla es siempre diferente según quien la cuente, porque va más allá de ser un festejo excepcionalmente bello configurado por el transcurso de las décadas, el enclave único y el entorno primaveral. Supera la personalidad de los sevillanos que le damos vida, creando una genuina atmósfera ciertamente irreproducible en cualquier otra ciudad del mundo.
Es Sevilla que se hace fiesta especialmente vistosa y llamativa, con el albero, el sol y las sombras, la luminosidad dorada del recinto de noche, la belleza clamorosa de sus mujeres y el paseo de caballos y carruajes, así como el talante sevillano. Es la ciudad que renace cada primavera para seguir viviendo, por muchos que se hayan quedado en el camino desde la anterior celebración y con otros muchos que han llegado a la vida desde entonces.
Por eso digo que nuestra feria es diferente según quien la cuente, porque se acaba confundiendo con cada uno de nosotros. La feria de todos está lógicamente impregnada del espíritu e idiosincracia de la ciudad, que es siempre la suma exacta de cuantos la han habitado y la habitamos. Esa adición no es matemática sino metafísica, que cada uno aportamos algo a la esencia colectiva y espiritual de este pueblo.
El paso de las décadas hace inexorable la honda nostalgia que vivimos cada feria, especialmente cuando nos reencontramos con ella y cuando la despedimos rodeados de amigos, familiares y conocidos, que por fortuna nos continúan acompañando en el milagro cotidiano de la vida. Aflora entonces con fuerza el sentimiento machadiano de haber andado muchos caminos y abierto muchas veredas, al corroborar que al mágico entorno de la caseta ya le dan vida otras generaciones más bellas, más guapas y más jovenes.
Jamás te sientes desplazado por muchos que sean los amigos que ya no estén en esta feria de la vida, pero sí comprendes que hemos hecho camino y que la vida aún nos regala un puñado más de sevillanas. Naturalmente en Sevilla, rodeado de la familia, de los amigos y de los hijos de los amigos del alma que ya no están con nosotros. Por eso cada cual tiene su personalísima feria, en el bellísimo e incomparable marco de la feria de todos.
Es esa feria de cada uno, cuya banda sonora son las sevillanas que te han acompañado siempre y que te siguen dando un pellizco en el alma al evocar el amor, la amistad, la belleza … y Sevilla. Por eso la nostalgia que sientes no es triste y pronto se acaba difuminando entre el torbellino de colores de los trajes de faralaes de nuestras preciosas mujeres.
En un momento se arremolinan en la mente todos los ausentes y se te escapa un hondo suspiro. Pero al instante siguiente Sevilla te recuerda la promesa de amor eterno que cuando eras joven le hiciste, una noche de feria, a una guapa muchacha vestida de gitana. Han pasado muchos lustros y por fortuna aún estáis juntos.
Suena otra sevillana y acabas comprendiéndolo todo. Te enamorastes simultáneamente de una mujer que se llama Sevilla y de una sevillana cuyo nombre quizás sea el de la patrona de la ciudad. Así todo se entiende. Que vivan Sevilla y todas las sevillanas.
José Joaquín Gallardo es abogado

