
Protestación de fe según Sevilla
Hace unos días intenté plasmar en estas páginas algunos de los luminosos rasgos que definen a la ciudad en tiempo de Cuaresma, queriendo reflejar el etéreo continente de la gloria que un año más está por llegar. Era un empeño necesariamente fallido porque nunca es posible captar o definir el alma de Sevilla, pero menos aún cuando se inunda de la luz nueva de otra primavera esplendorosa. Es el feliz milagro de la vida que se renueva.
Hoy me atrevo a escribir sobre esa gloria inminente, que alcanza su punto de eclosión en nuestra Semana Santa. Ya estamos preparados para afrontarla con el gozo creciente que venimos sintiendo desde hace días en las calles y plazas, entre azahar e incienso, cornetas y tambores, altares de culto y funciones principales, túnicas nazarenas y costales, ilusionadas papeletas de sitio y capirotes que siempre señalan la luz turbadora de este cielo. Aleluya, que pronto llegará el tiempo tantas veces soñado.
Somos los sentimientos ya vividos y los que mientras Dios quiera seguiremos sintiendo en nuestros barrios, casas de hermandad y templos. Somos herederos y causantes de la gloria sevillana, por los siglos de los siglos. Nuestra identidad fundamental es precisamente ser hijos, padres y abuelos de Sevilla, donde orgullosamente mostramos a los niños la Verdad tantas veces revivida, generación tras generación.
La inigualable belleza de la ciudad en primavera es sólo el magnífico continente de la gran joya que es nuestra fe colectiva, atesorada en los corazones de muchos sevillanos. Aquí rememoramos al Dios hecho Hombre que entre nosotros padece, muere y resucita cada año en el tiempo de la plenitud. En esta tierra mariana veneramos con especialísima devoción a su Santísima Madre, conscientes de que es también Madre nuestra. De pueblo sabio es perpetuar la fe de quienes nos precedieron y saberla transmitir a quienes nos sucederán, como verdad definitiva que es de la prometida Vida eterna.
Llegadas las ansiadas vísperas, envueltas siempre en los olores del resurgir de las flores, se apodera de los sevillanos un muy satisfactorio sentimiento de nostalgia embellecido por las experiencias vividas. En estos días la ciudad vuelve a ser habitada por quienes ya se fueron, que se hacen presentes en los cultos y ritos cofrades, en los templos, calles y hogares. Entre nubes de incienso y marchas procesionales vislumbramos familiares, amigos y conocidos, que invariablemente regresan cada año en estas fechas pasionales del gozo inmenso.
Vuelven para vivir con nosotros el rito sagrado de la Semana Santa según Sevilla y para afianzar nuestra fe en el Señor que camina con decidida zancada en la Madrugá, sobre un mar silencioso de corazones. Vuelven para estremecerse nuevamente ante nuestras benditas Dolorosas y recordarnos que esta valiosísima religiosidad popular ha de perdurar por los siglos de los siglos. Nada más esperanzador que la alegre expectación de los niños ante las túnicas ya preparadas. Nada más conmovedor que las manos del viejo nazareno surcadas de arrugas, a golpe de estaciones de penitencia ya cumplidas.
En este tiempo santo la metrópoli se transforma en bellísimo escenario para la magna representación pasional y entonces, espontáneamente, cada cual asume su papel de siempre sin más guión que su propia historia personal, mientras la devoción se potencia ante la impactante proximidad de las imágenes sagradas, ahora más cercanas que nunca.
La Esperanza bajará de su camarín y sola Ella por unas horas en su palio macareno, aún sin candelabros ni exhornos, nos volverá a embriagar de amor hasta hacernos sentir en la mismísima gloria. Jesús del Gran Poder volverá a pisar el suelo de Sevilla para ofrecer sus manos a nuestros besos. Dos muestras sublimes de las innumerables vivencias de bendita proximidad que convertirán la ciudad toda en templo custodio de sus seculares creencias. Un año más nuestra tierra volverá a hacer pública protestación de su arraigada fe, que es causa última de la belleza y alegría de este pueblo viejo y sabio llamado Sevilla.
José Joaquín Gallardo es Abogado

