
La primera vez que uno recuerda, los Reyes Magos llegaron desde la Macarena, calle Feria abajo. Pasaron junto al viejo mercado y el niño vio, os lo aseguro, las luces del cielo. Quizás todo fuera más apagado, más pobre que hoy. Quizás brillara menos la purpurina, el manto de los Reyes. Quizás sonara la música con menos alegría. Poco importaba. El niño, de la mano de su tía Luna, siguió las carrozas de tractores hasta la plaza de los Carros. Nunca sería más feliz que aquella noche de balcones y escaleras. La noche que aprendió que hay mentiras que son más verdad que las estrellas. La noche que llovía a cántaros, pero el agua no mojaba. A la noche más larga del mundo se entraba por la calle Alberto Lista, la calle Ancha de San Martín le llamaban los antiguos. Atrás en la calle Castellar, había quedado la tortilla sin huevo de la abuela María Jesús que fabricaba mundos imposibles. Lástima que no la hubiera conocido García Márquez, seguro que la llevaba también a inventar el hielo. Imagina uno a la abuela María Jesús cuando era niña. En un pueblo sin luz, sin asfalto, pero con la cal muy blanca. En la España pulcra de Azorín. En la España altiva de Unamuno. En la España cascarrabias, en zapatillas, de Pío Baroja. En la España valiente de mi abuela, leñe, que la Historia se pone muy tonta repartiendo importancias. Imagina uno los juguetes que los Reyes Magos dejaban a la abuela María Jesús: una cocinita, un vestido de princesa, aunque vete tú a saber, buena era ella. Imagina uno los Reyes Magos de la guerra, el temblor de los bombardeos ahuyentando a los camellos. Imagina los Reyes Magos de sus hijas, ya viuda en Sevilla, mientras en la radio de cretona cantaban los Beach Boys. Recuerda uno los Reyes Magos de sus nietas, de sus nietos, mientras en la televisión cantaban los Beatles, en blanco y negro. Imagina uno los Reyes Magos de los que ya no están, una cabalgata sobre las nubes. A María, la abuela de mis hijas, le seguirán dando miedo las muñecas de porcelana que parecen de verdad. Luego pasó de ser el niño que empezaba a jugar a minibasket en albero al adolescente que le pedía a los Reyes Magos fabulosas botas para saltar, las “John Smith”, pisando maderas desde las que se volaba, casi tocaba el techo. O las zapatillas “All Star” que también las traían los Reyes en sus mochilas inagotables. Te las ponías y pensabas que estabas en Los Ángeles jugando la Enebea con los Lakers de Jerry West y Wilt Chamberlain, el hombre más largo del mundo. Recuerda uno las calzonas de seda arrugada, la camiseta de algodón con el número de plástico cosido amorosamente por madre, las botas blancas que los Reyes Magos dejaban en el balcón directamente caídas del cielo. Ya lo dijo el inefable Larry Bird, el blanco que mejor ha volado entre negros, la noche que Michael Jordan machacó sesenta y nueve puntos: “Dios se ha disfrazado de jugador de baloncesto”. Qué tontos son, padre, aquellos que aseguran que los Reyes Magos no existen. Pobrecitos, son como el apóstol Tomás. No saben que la ilusión, si se toca, se desmorona como un pastel de nata. Pobrecitos, dicen además que los Reyes Magos son los padres. Un sabihondo es el que presume de sabio sin serlo. Volver a ser un niño, que cantaba el gran Enrique Urquijo, cada seis de enero. ¿Te parece poco? Pues eso, ya estás quitándote los zapatos, abriendo los balcones, y dejando el coñac en la mesita baja del salón. Que ya vienen los Reyes Magos caminito de Belén…
Así termina mi pequeña trilogía de Navidad. Que hayas tenido una hermosa Nochebuena, una ilusionante Nochevieja y que los Reyes Magos regalen mucha paz en Gaza y Ucrania.

