Es el apodo que con fina ironía le ha colgado una ciudad irónica por excelencia. Como tantas cosas aquí, lleva el mote por la espalda, pinchado como esos muñecos recortables del día de los inocentes.
Es el típico abogadito sevillano al que los diminutivos le van a la medida; el picapleitos mediocre de una profesión grandiosa y digna, que él empequeñece. Se afana por salir en los papeles como si perteneciera al rango profesional y de prestigio de Gallardo, Moeckel o Paco Baena. Pero no deja de ser un escalador inútil al que rescatar siempre del alpinismo de altura. Se quedó menudo entre delirios de grandeza.
Se fue ganando el sambenito de señor Aranzadi por sus disertaciones en salas, patéticas y llenas de grandilocuencia cachondeable, como si creyera que redactó el Corpus Iuris Civilis siendo íntimo de Justiniano. Se perdía tanto escuchándose a sí mismo que creía dictar jurisprudencia, como si se sintiera cabalgar sobre el lomo azul y rojo de los famosos tomos.
Es mismamente lo que Paco Robles llama rancio y suena a voz de radio de cretona. Desgarbado, feucho y de cara antigua en blanco y negro, como si se hubiera escapado de una vieja foto del nene Serrano y debiera ser devuelto a una bulla de la Semana Santa de los años cuarenta, recién terminada la guerra. Además, como es muy cofrade -de los de pega-, le va el retranqueo como a los pasos. Y la única delantera que ha ocupado en su vida ha sido la de un palio. Ya sólo le falta dar un Pregón de los malos, de los que siempre terminan con el público acordándose otra vez de Buzón.
Si por él fuera, sumiría a la ciudad en una constante búsqueda de fósiles, en una excavación interminable de antiguos y ocultos pasadizos subterráneos, con las calles levantadas e intransitables porque está buscando no sé qué coño de huesos romanos. El aire limpio es lo menos consustancial a su vida. La superficie no es lo suyo y mucho menos la última capa que pisa la Historia. Transita desfasado. Y no tiene arreglo ni con veinte exposiciones universales que celebrara Sevilla. Cruzó los puentes de La Cartuja en pos de pabellones extranjeros, pero jamás arribó a una orilla mental de futuro y progreso. Su ADN es la Sevilla inamovible y la única zona VIP que pisa es la de Persona Verdaderamente Imbécil.
Su paisanaje es la idiotez, al amparo de reuniones y relaciones con idiotas como él. Así no se nota su estulticia entre la de los demás que le acompañan. Y como esta es una ciudad llena de gente que se pica porque ajos come, advierto que cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Y ser así, una desgracia como otra cualquiera.